¡Me muero por algo dulce!

Publicado el 18 de Julio de 2019 | Sanidad


¡Me muero por algo dulce!

Cada vez que tengo el lujo de poder dormir un poquito de siesta, sean 5 minutos o una hora, me despierto con unas ganas locas de tomar algo dulce y en muchas ocasiones solo han pasado 15 o 20 minutos desde la ingesta de la comida, en otras ocasiones más tiempo, ¡vamos que por hambre no es! Y siempre me hago la misma pregunta: ¿cuál es el motivo por el que mi cuerpo siempre me pide cosas dulces después de dormir un ratito o tras comer, y sin que haya pasado tanto tiempo como para tener hambre? Pues vamos a intentar darle una explicación.

Esos deseos incontrolables de tomar alimentos ricos en azúcar de absorción rápida, se debe en la mayoría de los casos a pequeñas hipoglucemias postprandiales (después de comer), que se producen por que no hemos dado al cuerpo la cantidad de azúcar que necesitaba y este la reclama como fuente de energía para poder afrontar las actividades de la tarde o por lo contrario por el consumo de alimentos ricos en hidratos de carbono durante el almuerzo (pan, bebidas azucaradas, pasta, bollería, pasteles, patatas, fruta, arroz, …) que provocan un aumento de glucosa en el organismo, que es atacada por la insulina que segrega el páncreas, para transportar esta glucosa desde el torrente sanguíneo al hígado y almacenarla en forma de grasa para tenerla como reserva de energía.

Al desaparecer este azúcar de la sangre y no llegar al cerebro, éste se encuentra con falta de energía (sensación de sueño) y ganas de tomar alimentos dulces de absorción rápida para mantenerle despierto.

Si estamos realizando dietas restrictivas en hidratos de carbono, estas ganas de tomar alimentos muy dulces serán mayores.

Pero esa no es la única razón, el proceso de digestión necesita energía para llevarse a cabo. Los azúcares son la forma de energía más fácil de asimilar y más rápida que tiene el organismo. Liberan gran cantidad de energía sin que el organismo tenga que hacer un gran esfuerzo, por lo que puede seguir haciendo otro tipo de trabajo, como puede ser la digestión que comenzó un rato antes.

Cuando el organismo realiza el proceso de digestión gran parte de la sangre del cuerpo se dirige al aparato digestivo en detrimento de otros como son el corazón y el cerebro, motivo por el cual tras una comida, sobre todo si es copiosa, nos entra esa sensación de sueño.

Durante ese periodo de sueño, el organismo utiliza el aporte energético de la comida para recuperarse del trabajo realizado y mitigar la fatiga a la que ha estado expuesto con el objetivo de que al despertar estemos listo para enfrentar lo que queda de día. Para ello durante el sueño y con la ayuda de la energía que le suministramos durante la comida, elimina restos metabólicos, toxinas, repara tejidos y realiza un sin fin de actividades de mantenimiento, por lo que al despertar, si hemos gastado mucho durante el sueño, necesitamos ingerir azúcar para recuperar la gastada.

Pero no solo la necesidad de energía extra para realizar la digestión o para reparar nuestro cuerpo o para mantenernos activos son el motivo por el que tenemos esas ganas de tomar azúcar. No podemos dejar de lado el componente mental. Nuestra mente busca estimular las áreas del placer consumiendo este tipo de alimentos. El azúcar es considerada una sustancia potencialmente adictiva pues activan las neuronas de los centros del placer del cerebro, está considerada la droga del siglo XXI.

Si estamos viviendo situaciones estresantes, es muy posible que nuestro cuerpo también nos pida más azúcar, pues si el cortisol, (hormona del estrés), está elevada, induce a consumir alimentos “confort” ricos en azúcar y grasa para neutralizar ese stress y llevar al organismo a una situación placentera. Si a esto se le suma que duermes mal o poco, más aumentan los niveles de cortisol y el cuerpo te va a demandar más cantidad de azúcar, como puede ocurrir después de una mini siesta.

En definitiva, si nuestro cuerpo nos demanda dormir una pequeña-gran siesta y a continuación tomar algo dulce, le haremos caso pues no hay nada más perfecto y sabio que el cuerpo humano y sus motivos tendrá para pedírnoslo.

Por Luisa Mostazo Rodriguez


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