Mary Anning: la primera paleontóloga moderna
Publicado el 28 de Octubre de 2020 | Biología y Geología

El conocimiento científico se encuentra en los lugares más inusuales, desde unas muestras olvidadas en un laboratorio o un huerto de guisantes plantado por un monje agustino, hasta un paseo por los acantilados de Lyme. Y es que Lyme Regis es una localidad costera al suroeste de Inglaterra con unos importantes depósitos de fósiles jurásicos, los cuales fueron especialmente importantes en los inicios de la paleontología moderna del siglo XIX gracias a una mujer: Mary Anning.
Toda la carrera profesional de Mary se vio muy perjudicada por dos factores que le vinieron de nacimiento: nacer mujer y dentro de una familia pobre. Hay que tener en cuenta que en aquella época los círculos académicos eran unos lugares aún más masculinizados que en la actualidad y, en general, todo lo que rodeaba el mundo científico británico era un ambiente únicamente accesible para varones con una cierta capacidad económica. En contraste, Mary nació en una familia humilde: su padre era un carpintero que en su tiempo libre vendía recuerdos a los turistas. Estos “recuerdos” eran fósiles que recogía por los acantilados de los alrededores. Así que gracias a su padre Mary aprendió a recorrer los peligrosos acantilados y se adentró en el mundo de la paleontología.
Pero era un trabajo muy peligroso, como demuestra el accidente que sufrió su padre por los acantilados cuando buscaba fósiles. La grave caída lo debilitó irremediablemente y pronto falleció, dejando a la familia en una situación económica muy endeble. Mary tenía 11 años y era 1810, el año donde Mary haría uno de sus mayores descubrimientos. Fueron los restos de un ictiosaurio, un tipo de reptil marino con un aspecto a medio camino entre un delfín y un pez, que cuando se extrajo por completo este fósil se convirtió en el primer fósil de un ictiosaurio completo jamás encontrado.
El ictiosaurio solo fue un primer caso de una serie de éxitos que se irían sucediendo a lo largo de los años: por ejemplo, Mary también descubrió el primer esqueleto de plesiosaurio en Inglaterra y trabajó en determinar el origen de los coprolitos (fósiles procedentes de excrementos). Sin embargo, toda esa labor nunca recibió un reconocimiento adecuado por parte de las instituciones de la época como, por ejemplo, la Sociedad Británica de Geología, que no aceptaba mujeres como miembros.
Además, su trabajo de recolección de fósiles siempre estuvo rodeado de peligros que derivaron en la muerte de su perra Tray, quien la acompañaba en sus andanzas por los acantilados, y las ganancias económicas de sus expediciones nunca fueron capaces de alejarla demasiado de la pobreza. Solo durante los últimos años de su vida se le concedió por parte de la comunidad científica una modesta ayuda económica. En 1947, moriría de cáncer de mama. Y aunque es terrible el trato que se le dio en vida, reconforta un poco pensar que su figura, como la de tantas otras mujeres dedicadas a la ciencia, está siendo descubierta de nuevo por una nueva generación, desenterrada del olvido como si su recuerdo fuera uno de aquellos fósiles de los acantilados de Lyme que tanto la fascinaban.
Por Pablo Barrecheguren
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