El dilema de las ventanas
Publicado el 22 de Octubre de 2020 | Conocimiento

Las clases han comenzado con nuevas medidas de seguridad. La evolución de la pandemia de Covid-19 ha hecho que la prioridad educativa pase a ser mantener los centros escolares saludables y seguros a través de medidas de prevención e higiene.
Profesores y alumnos pasan la jornada en el centro con mascarilla. En algunos, los alumnos hacen turnos para disminuir la cantidad de personas por clase, combinando la educación presencial con la online. Los pupitres se limpian a diario, a menudo por los mismos alumnos que llevan un pulverizador con agua y jabón. Los grupos burbuja juegan en pequeñas parcelas sin mezclarse con sus compañeros de otras clases...
Además, se recomienda mantener el aire de la clase fresco y limpio, ventilando 10 o 15 minutos al inicio y al final de la jornada, así como durante el recreo y los cambios de clase, aunque hay centros que procuran tener puertas y ventanas abiertas todo el tiempo posible, incluso durante las clases.
Los estudios científicos muestran que mejorar la calidad del aire y el confort térmico no solo disminuye el riesgo de transmisión de covid-19 sino que también son factores clave para mejorar los resultados de aprendizaje en la escuela.
Sin embargo, la bajada de las temperaturas ya se empieza a notar y abrir las ventanas todo el día genera inconvenientes, especialmente en los días ventosos o lluviosos. ¿Cómo evitar que los alumnos pasen frío teniendo que permanecer sentados durante tiempos prolongados?
El problema es mayor teniendo en cuenta que el ratio de estudiantes por aula y la distancia de seguridad de metro y medio entre ellos que ha sido necesaria imponer, probablemente algunos estudiantes tengan que sentarse pegados a las ventanas y como los centros suelen prohibir cambiar de sitio para evitar el contagio por contacto, estos alumnos serán siempre los mismos.
Hay que tener en cuenta que no se han de abrir las ventanas o puertas si hacerlo representa un riesgo para la seguridad o la salud de los niños. Un ejemplo puede ser unas obras que generarán contaminación acústica y llenarán de polvo la clase.
Las herramientas alternativas empiezan a verse en Alemania. Se trata de instalar sensores de CO2, cuyo precio ronda los 35 euros y que permiten saber qué concentración de aire exhalado hay en el ambiente y purificadores de aire con filtro HEPA, que ascienden a unos 600 euros para un aula de unos 40 metros cuadrados, que permiten depurar el aire y limpiarlo de carga viral.
Por Lucía García
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