Bárbara McClintock: una científica referente en la genética
Publicado el 24 de Junio de 2021 | Biología y Geología

En ciencia a veces ocurre que determinados elementos se descubren dos veces: en primer lugar alguien predice su existencia gracias a la observación de determinados fenómenos y, posteriormente, se produce un “segundo descubrimiento” cuando se aísla ese elemento y se consigue saber exactamente qué es. Un ejemplo de esto lo encontramos en la predicción de la existencia de la materia oscura gracias a los trabajos de la astrofísica Vera Rubin o, en la biología, el caso más claro está en Bárbara McClintock y los transposones.
Los transposones son elementos genéticos capaces de moverse dentro del genoma. Están presentes tanto en animales como en plantas y, gracias al Proyecto Genoma Humano, sabemos en el ser humano más de la mitad del nuestro ADN son transposones (aunque en nuestro caso la gran mayoría se encuentran inactivos). Actualmente conocemos con precisión qué son estos fragmentos genéticos gracias en gran parte a los trabajos pioneros de dos científicas: Maxine Singer, quién identificó hace décadas los transposones dentro del genoma humano, y Nina Fedoroff, la primera en ser capaz de caracterizarlos molecularmente, es decir, de determinar exactamente qué es un transposón. Ambas son responsables del “segundo descubrimiento” de los transposones, pero sus trabajos ocurrieron años después de las publicaciones de Bárbara McClintock donde, unos cincuenta años antes de que finalizara el Proyecto Genoma Humano, ella predijo la existencia de los transposones.
Para poder valorar el gran mérito de su trabajo es vital situar a la doctora McClintock en su contexto histórico científico: Bárbara era una experta en citogenética, una rama de la ciencia que estudia la estructura y función de los cromosomas; ya que en los años cuarenta del siglo XX a falta del conocimiento y avance técnico necesario para estudiar individualmente los genes, la biología molecular se centraba en el estudio de las macroestructuras que usan las células eucariotas para almacenarlos: los cromosomas. Sus trabajos sobre los cromosomas del maíz se fueron sucediendo a lo largo de los años hasta llegar a sus publicaciones en los años cincuenta. Aquí vuelven a ser importantes las referencias temporales, ya que en 1953, el mismo año que se descubrió la estructura del ADN, Bárbara publicó un artículo sobre los transposones que actualizaba sus trabajos publicados en 1950-1951. Es decir, que su descubrimiento no solo rompió el dogma de aquella época que consideraba a los elementos genéticos incapaces de moverse dentro del genoma, sino que sus predicciones tienen especial mérito ya que se encontraban muy en el límite de lo que se podía descubrir con el avance científico de aquella época.
Trabajar en las fronteras del conocimiento no facilitó la aceptación de los trabajos de McClintock, los cuales según la propia Bárbara inicialmente no fueron tomados en serio, e incluso fueron recibidos con cierta hostilidad. Pero con el avance de la genética y el aumento de los descubrimientos relacionados con los transposones hizo que paulatinamente, a lo largo de las décadas, se le fuera dando más reconocimiento a sus trabajos hasta que en 1983, treinta y tres años después de su publicación inicial sobre los transposones en la revista PNAs, se le concedió a Bárbara McClintock en solitario el premio Nobel en Medicina o Fisiología.
Por Pablo Barrecheguren
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