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El cuerpo es el reflejo de las emociones y los pensamientos

Publicado el 22 de Abril de 2020 | Sanidad


El cuerpo es el reflejo de las emociones y los pensamientos

Al principio de la pandemia, me llegaron números de teléfono de atención psicológica gratuita para la situación que íbamos a vivir. Me pareció un poco exagerado aunque no descabellado, pues todo lo que sea salir de nuestra zona de confort y que suponga una amenaza a nuestra vida, conlleva unas alteraciones mentales y de todos es conocido que existe una relación directa entre nuestras emociones y nuestros órganos; por lo que es tan importante cuidar nuestra mente como nuestro cuerpo. Son muchas situaciones en las que el cuerpo enferma por una causa mental sin existir una causa física como tal. Las emociones influyen más de lo que podamos pensar en nuestra salud.

Hay una relación directa e intensa entre las emociones, los órganos y los síntomas que podemos experimentar.

Seguro que hemos oído hablar más de una vez que la mente controla al cuerpo, el funcionamiento biológico del cerebro es el que hace que esto sea así, que exista una relación entre pensamiento y cuerpo, entre emoción y síntoma.

Cuando mantenemos un pensamiento negativo en la cabeza durante un minuto, el sistema inmunitario queda durante aproximadamente cinco horas en una situación delicada por lo que, si estos pensamientos o emociones negativas se mantienen en el tiempo, estaremos más predispuestos a contraer enfermedades por la debilidad del sistema inmunitario que nos protege.

Situaciones estresantes durante mucho tiempo, hacen que se lesionen neuronas cerebrales responsables del aprendizaje y a su vez el cerebro sufre alteraciones que producen modificaciones en el sistema hormonal y las consecuencias que esto tiene en los diferentes órganos y sistemas del cuerpo.

Las emociones negativas destruye y las positivas lo contrario, tienen la capacidad de curar y hacernos felices.

Tenemos que aprender a vivir con nuestras emociones, buenas o malas y saberlas controlar, gestionar y comprender aunque no las exterioricemos. Debemos saber que pueden indicar que algo no funciona bien y pensar que la enfermedad puede tener un origen emocional causado por algún tipo de sentimiento no manifestado como tal, que se proyecta en el plano físico.

Por eso, órganos como el corazón o el intestino se relacionan con la alegría que los estimula, en cambio, la agitación o el exceso de excitabilidad, el stress o la ansiedad pueden causar taquicardias, insomnio y falta de concentración.

Las personas obsesivas y que se desbordan emocionalmente suelen tener un desequilibrio cardiaco y digestivo.

Si vivimos con resentimiento, rabia, agresividad, cólera, indignación, irritabilidad o ira, nuestro hígado y vesícula biliar sufrirán. Las personas muy activas que se preocupan en exceso, que reaccionan con agresividad e ira de manera desproporcionada al estimulo sufrido, tendrán manifestaciones físicas relacionadas con problemas del hígado y la vesícula, que se pueden presentar en forma de malas digestiones de las grasas, dolor en costado derecho, color amarillo de la piel y manchas oscuras en cara e incluso problemas de visión.

El temor, la falta de autoestima y la timidez están asociados a los riñones, las glándulas suprarrenales y a la vejiga. El miedo o la angustia pueden dar dolor lumbar e infección urinaria. Nuestra energía se ve reducida, con una disminución del metabolismo y alteraciones de los procesos de la digestión cuando sentimos estas emociones.

La Tristeza, la melancolía y la aflicción pueden afectar al pulmón. Podemos sentir opresión en pecho, dificultad para respirar, resfriados frecuentes, asma y problemas circulatorios, incluso falta de apetito o pereza.

En los días que estamos viviendo llenos de emociones no muy positivas, es fundamental que nos enfrentemos a la enfermedad y a las situaciones diarias con el mejor optimismo posible y tener todas nuestras emociones controladas y pasar de negativo a positivo, para un mejor funcionamiento de nuestro cuerpo y mente y una mayor defensa ante la enfermedad.

Por Luisa Mostazo Rodriguez


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