¿De dónde vienen nuestras células?
Publicado el 2 de Abril de 2019 | Biología y Geología

Cuando se estudia el origen de los primeros seres vivos, los cuales eran criaturas unicelulares, uno puede imaginarse la aparición de células sencillas como las bacterias: básicamente una membrana con un montón de cosas flotando dentro. Y es que las bacterias, al igual que las arqueas, son células procariotas, y estas tienen una estructura muy básica pero… ¿cómo se han formado células tan complejas como las células eucariotas que componen nuestro cuerpo?
Por definición, una de las grandes diferencias entre una célula procariota y una célula eucariota es que estas últimas tienen su DNA guardado por separado en un compartimento interior denominado núcleo. Y este núcleo está delimitado gracias a una doble capa de membrana que hace de cubierta nuclear y lo separa del resto de la célula (citoplasma). Esto es un nivel superior de complejidad frente a las procariotas, y la situación aún se complica más cuando hablamos de tamaños: las células eucariotas son normalmente unas 10 veces más grandes en dimensión (y 1000 en volumen), que una célula procariota. Esto las ha obligado a desarrollar un sistema de filamentos proteicos, el citoesqueleto, que como hilos de un titiritero mantiene la forma de la célula y permite los movimientos tanto de sus partes internas como de toda la célula en su conjunto. Entre estos movimientos, uno especialmente llamativo es que las células eucariotas animales, al no tener paredes externas sólidas como casi todas las bacterias (las células eucariotas vegetales sí que tienen en general paredes externas), pueden comerse otras células o moléculas mediante fagocitosis. Y resulta que en la fagocitosis podría estar el origen de nuestras células.
Una hipótesis bastante respaldada es que nuestras células provienen de células eucariotas primordiales que eran depredadoras, es decir, que vivían de comerse a otras células. Para poderse comer a otras células, que serían procariotas, esta eucariota primordial necesitaría ser más grande que ellas y tener una membrana flexible conectada a un citoesqueleto, lo cual le permitiría moverse y envolver a otras células para engullirlas (fagocitarlas). Además, con tanto movimiento se volvió importante guardar el DNA en un núcleo para que este no se dañase.
Esta idea no solo encaja con las diferencias entre células procariotas y eucariotas sino que también ayuda a explicar hechos como que todas las células eucariotas tienen, o tuvieron en algún momento, mitocondrias. Las mitocondrias son unos orgánulos celulares con doble membrana que paradójicamente se parecen mucho a una bacteria: tienen su propio DNA molecular, ribosomas y RNAs transferasas. Esto llevó a la científica Lynn Margulis a desarrollar la “Teoría Endosimbionte”, según la cual estos orgánulos tienen su origen en bacterias fagocitadas que en vez de ser digeridas sobrevivieron dentro de las eucariotas depredadoras convirtiéndose en parte de ellas. Así pues, las mitocondrias vendrían de bacterias capaces de oxidar moléculas de alimento para obtener energía; y los cloroplastos (unos orgánulos presentes solo en las células vegetales), habrían aparecido gracias a la fagocitosis y simbiosis de células bacterianas capaces de usar la luz para construir carbohidratos a partir de CO2 y agua.
Por Pablo Barrecheguren
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